21 de Septiembre día del estudiante.

Comienza el nivel secundario… Son, por lo menos, seis años de tránsito por una de las instituciones más estáticas y poco permeables a los cambios de nuestra sociedad. Allí encontramos, por un lado, los restos de un paisaje decimonónico. Por el otro, algunos pequeños, atomizados, creativos y maravillosos espacios que son una bocanada de aire fresco.

Terminada la escolarización secundaria, quizás sin tener del todo claro qué carrera elegir, aparece la disyuntiva: estudiar lo que te gusta o considerar otras opciones más rentables (saludos a los colegas docentes que claramente no elegimos esta segunda opción ).

¡Ya está! Finalmente, optamos por una carrera llenos de alegría, pero también cargados de temores. Acá es realmente donde la cosa se pone brava, de la noche a la mañana te convertís en un “muerto civil”: En lugar de salidas con amigos hay parciales, en vez de juntadas familiares hay que preparar finales, las noches en las que antes “se salía fuerte” ahora se pasan en vela entre libros, fotocopias, café y mate (que a estas alturas se vuelven imprescindibles). Se amontonan las tareas, se redoblan los esfuerzos y sin embargo se instala un pensamiento recurrente, uno que se repite en la cabeza dos mil quinientas veces al día, “no me voy a recibir nunca”.

La vida sigue, pero uno ya no tiene la misma tolerancia a preguntas inoportunas del tipo, ¿para qué estudiaste esa carrera? ¿Te falta mucho para recibirte? ¿Tanto tiempo te lleva preparar un final? ¿Conseguirás trabajo de lo que estudiaste cuando termines? O peor, directamente afirmaciones que ponen en duda tu intelecto o el esfuerzo que dedicas, “fulano de tal estudió lo mismo que vos y no tardó tanto”.

Y ahí está el estudiante, heroico, estoico, que en silencio y sin aflojar sigue y sigue, sostenido en amigos y compañeros de grupo que corren la misma suerte. Logra vencer obstáculo tras obstáculo, no ceja en su dedicación.

Finalmente llegó el día, el último final y un susto bárbaro (para no decir c…), jugás de visitante, el clima es hostil y el equipo docente que viene invicto porque desaprobó a los tres estudiantes que rindieron antes. Te toca el turno. Estás nervioso, hiperventilando, consciente de que la suerte está echada y es en vano postergar para más adelante el mal trago porque el sufrimiento será equivalente.

Los profesores vociferan tu apellido, tenes que entrar a rendir, no queda otra. Te armás de coraje y, encomendándote a los hados y deidades, te mandás decidido a decir en cinco minutos todo lo que estudiaste en dos meses antes de que la impertinencia docente se despache con una pregunta intempestiva que ponga a tambalear del plan a hasta el z. O, jugado como estás, sabés que si llega el vil requerimiento no queda otra que “vender humo” como un campeón.

Terminado el calvario, el martirio sigue afuera esperando la nota, ese dichoso número que traza la línea entre el estudiante y el recibido. Pese a todos los pronósticos, ¡aprobaste! Te abrazas con todos los que están a cien metros a la redonda.

Por haber sido estudiante, por trabajar con estudiantes, sabemos lo difícil que resulta este oficio. Por todo eso, te saludamos, te abrazamos, y te decimos que no aflojes, que más temprano que tarde va a llegar ese título esquivo que parece imposible de alcanzar. Cuando pienses que no te vas a recibir nunca, seguí, seguí y no dejes, todo llega en algún momento.


¡FELIZ DÍA A TODOS NUESTROS ESTUDIANTES!